Bachtrack
By Cintia Borges Carreras
January 20, 2018
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El colorismo socarrón de la Suite de danzas, Sz. 77, de Béla Bartók fue un más que acertado comienzo para el concierto que dirigió Dennis Russell Davies con la Orquesta Sinfónica de Galicia. Un atractivo programa fundado en los contrastes, con un discurso heterogéneo donde los significados están condicionados por el estigma político en el que convivieron las obras.
No olvidemos que Suite de danzas se estrenó en 1923, dentro del concierto que conmemoraba la unificación de las ciudades que actualmente integran Budapest. Forma parte de las investigaciones que Bartók desarrolló en la búsqueda de un lenguaje que explora sonoridades y contrastes rítmicos, sin huir de la espontaneidad expresiva del folclore. Así, es labor de Bartók transportarnos a esa visión de una Hungría "conciliadora", en una Europa en periodo de entreguerras, a través de unas melodías que danzan con carácter árabe, húngaro y rumano.
La concatenación de sus seis movimientos, dominados por la sección de viento, fueron ejecutadas con cierto espíritu liberador sin apenas interrupción. La voz del fagot, que parece adentrarnos a un paraje despreocupado, o del oboe, que nos invita con su andar a un juego trepidante −donde la severidad de la tuba es la antítesis de los saltos traviesos del trombón−, configuran un ambiente festivo. Los matices exóticos se expresaron con mayor magnitud en los momentos de "turbación orquestal". Fue indispensable la caída hacia esa bruma oscura y enigmática, totalmente opuesta a la perspicacia del flautín, a la elegancia del arpa o al aire sutil de los violines. A pesar de tratarse de una genial interpretación, la incomprensión del público indignó al director, que no dudó en solicitar con cortesía una acogida más calurosa.
El gran acontecimiento de la noche fue el estreno de Graal Théâtre, concierto en dos movimientos −Rubato delicato e Impetuso−, para violín y orquesta, de Kaija Saariaho, hasta ahora nunca visto en España. La brillantez técnica de sus composiciones, comprometidas con procedimientos electrónicos y espectrales −derivados de su fascinación por el trabajo de Tristan Murail y Gérard Grisey−, la han convertido en una compositora prolífica de gran proyección internacional.
Dedicó la pieza a Gidon Kremer, que fue grabada por la BBC Symphony Orchestra bajo la dirección de Esa-Pekka Salonen en 1994. Saariaho toma el título de los textos poéticos de Florence Delay y Jacques Roubaud, estímulos indispensables para reorientar la "dramaturgia" compositiva de una forma tradicional como es el Concierto. Su reinterpretación de la leyenda del Rey Arturo, de los Caballeros de la Mesa Redonda y del Santo Grial, motivaron a "desafiar" la maestría violinística tantas veces lograda, engendrando una voz propia. En esta ocasión, es Jennifer Koh quien nos proyecta a la dimensión tímbrica de Graal Théâtre, haciendo gala de su gran virtuosismo técnico.
La resonancia iridiscente del violín turba el sosiego del público desde el inicio, con esas notas casi silbadas, gracias a los armónicos propagados por toda la partitura. Los saltos vertiginosos con el arco en dinámica de fortísimo, las disonancias acentuadas por el uso de dobles cuerdas, y los trinos "sordos" de belleza cristalina, nos ahogan en una atmósfera absorbente. El magnetismo del violín de Koh nos impide separar los ojos de su cuerpo, que ha mimetizado la esencia desgarradora de los sonidos. El vibrato tintinea en las notas más prolongadas, en una ascensión sin fin hacia un lugar de ilusoria maravilla; aunque también excede los límites al no cercar su propio movimiento, haciendo de la pérdida de afinación música. El arco, cercano al puente, parece hacer mella, escarbar el alma de la violinista y del espectador por un exceso intencionado de presión sobre la cuerda, como si se pretendiera arrancar una voz ronca al violín.
La orquesta completa la variedad de pigmentos sonoros, presente siempre para aportar texturas extraordinarias, reafirmando el desgarro o sugiriendo cierta calma. El derroche de energía de Koh no priva al violín de su delicadeza, al contrario, sabe gestionar a la perfección la contención con el desorden aparente, con la agitación, con la emoción más profunda. Empatiza además con el carácter en cierto modo "transparente" de la orquesta, que salvo algún pasaje, no se deja absorber por la oscuridad.
Jennifer Koh defendió con agudeza expresiva este "grito del subconsciente" que es Graal Théâtre, que podría revelar esa búsqueda permanente del Grial, o ser una reivindicación contra el silencio enmascarado, la falsa benevolencia de una Europa que había derribado el Muro de Berlín pocos años antes. Tras este torbellino de armonías, la euforia del público fue evidente, y la solista no pudo dejar de interpretar como propina la Zarabanda de la partita núm. 2 en re menor de Bach, con una técnica exquisita y una emoción algo hermética.
Para concluir el concierto, se precisó retroceder varios siglos hacia una música de armonía más clara, sin profundidad dramática, escrita para el agrado del Conde D'Ogny en 1786, en los años previos al estallido de la Revolución Francesa en París. La Sinfonía núm. 86 en re mayor, Hob. I:86 de Joseph Haydn satisfizo los ánimos revueltos que se respiraban entre la audiencia, transportándonos a las ceremonias de la corte y a la grandiosidad de sus bailes. La OSG supo atemperar nuestros oídos sin diluir el cromatismo de la obra, sus matices tímbricos y su "ingenuidad" melódica.
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